Una de las letanías reaccionarias más obstinadas señala que los subsidios a los servicios y al transporte público, en realidad, penalizan a quienes buscan beneficiar. Con el barniz progresista con el que suelen camuflarse estas ideas, sostiene que al ser un subsidio generalizado, beneficia también a quien no lo necesita, despilfarrando recursos públicos. Es el famoso "subsidio a los ricos” que solía denunciar la oposición al gobierno de CFK.

Según esta extraña hipótesis, el beneficio de un subsidio innecesario lanzaría a nuestros ricos a viajar apilados en el San Martín o a usar la calefacción con las ventanas abiertas, como según nuestro imaginativo ministro del Interior hacen los habitantes de la Patagonia. La solución a estos abusos sería eliminar el subsidio generalizado y focalizarlo en quienes realmente lo necesitan. Es decir, pobres, cuya pobreza estuviera certificada. No debemos olvidar que para el pensamiento reaccionario, siempre estamos a una eliminación de derechos del Paraíso.

En realidad, el subsidio generalizado tiene la enorme ventaja de llegar, justamente, a todos, eliminando el riesgo de los "falsos positivos”; es decir, los usuarios que lo necesitan pero que por algún error estadístico son excluidos del beneficio. Por otro lado, si la preocupación es la equidad y el freno al despilfarro de recursos públicos, es preferible que nuestros ricos sigan calentando sus piletas con energía subsidiada o puedan hacinarse a bajo costo en nuestros transportes públicos y que, en contrapartida, el Estado capture una mayor porción de sus recursos a través del aumento de impuestos existentes como Ganancias o Bienes Personales o creando nuevos, como el impuesto a la herencia. Los pobres saldrían ganando de ese subsidio a los ricos.

Pero lo más asombroso es que quienes denuncian los subsidios suelen maravillarse con ejemplos de países que llaman serios y que contradicen sus teorías. En ese sentido, la referencia al transporte público europeo es casi un lugar común. Nadie explica, sin embargo, que el boleto del notable metro de París, por ejemplo, no refleja ni siquiera el costo de mantenimiento de la red, por no hablar de sus faraónicas y constantes inversiones.

Ocurre que así como Francia subsidia y protege su producción agrícola, como lo acaba de descubrir nuestro candoroso Presidente, también subsidia su transporte público, su cine, sus museos o incluso su ópera. El fisco francés deja que el rico abuse de esos servicios baratos como si fuera pobre, pero le hace pagar impuestos de rico. En Argentina, al contrario, nuestros ricos eluden pagar impuestos de rico y se vanaglorian de una eliminación de subsidios que sólo perjudica a los pobres.

Es parte del famoso Plan Burundi: llegar al desarrollo y la equidad de Alemania con los impuestos, los subsidios y los sueldos de Burundi. Con timbreo y trabajo en equipo, se puede.