La disyuntiva sobre qué tipo de sindicalismo le conviene al país lleva a dos núcleos agrietados. Por un lado, los actuales: “Sopranos” sesentones que compiten entre ellos para ver quién tiene la mansión más grande, la colección de autos más completa, las mejores amantes. Este “equipo” cada tanto hace algún paro y -entre asados y viajes- sale en alguna radio quejándose por “lo bolsillo de lo trabajadore”.

Peronistas de Perón, derechistas, conservadores, católicos (identificados con el costado mafioso, no con el joven misionero), drogadictos, alcohólicos y zorros alimentados por el poder que acumularon dentro de cada sindicato. 

El otro núcleo serían aquellos que surgirían si a los Soprano les movieras la estantería, abriendo el juego a “más participación de los trabajadores”. Sabemos que ese entrecomillado, en argentino, significa una sola palabra: trotskismo.   

Entre ellos habría decidir qué le conviene más al país o, mejor dicho, elegir el mal menor:

- ¿Bancamos una clase sindical millonaria, acomodaticia que no pone muchos palos en la rueda gobierne quien gobierne? ¿Podríamos barrer debajo de la alfombra un poco de ética (nada novedoso) para dejar que una decena de familias se enriquezcan en nombre de la paz social?

-O… ¿Abrimos el juego, metemos presos a los popes sindicales y armamos una reforma sindical para que los trotskistas tengan una agenda servida en bandeja para promover “argentinazos” cada año, desperdigando decenas de gremios por cada actividad bajo el control “obrero”, con los cuales es imposible negociar?

¿Qué sindicalismo le conviene al país? ¿Un Mourinho con cara de orto, aburrido y previsible o un Sampaoli que le quiere pegar a empleadas municipales? 

Las dos opciones destruyeron un país próspero pero, como ahora vivimos nosotros y los que lo destruyeron se van muriendo, habría que imaginar un panorama sin ellos. Ya que estamos, metámosle creatividad al asunto. Total, el país está perdido.