Superadas ya las juras de los flamantes diputados y senadores a nivel nacional y provincial, se confirma el mejor escenario para Cambiemos: el peronismo como múltiples tribus disputando la interna por ser la mejor oposición. Más parecido al radicalismo que a su propia historia.

Este proceso de radicalización no es azaroso, sino que responde a una construcción de sentido que el Frente para la Victoria fue dando sobre sí mismo en su última etapa de gobierno. Desde la convocatoria a reconocidos radicales como voceros del espacio (apartado de la estructura tradicional partidaria del peronismo) en la última elección, hasta la decisión de llevar como candidato en uno de los principales distritos a alguien que llamaba la atención insultando a Evita.

En rigor, es parte de la idea de transversalidad embrionaria del FpV, abandonada en 2009 luego de la derrota por unos puntitos y la concentración en un esquema que incluyó al PJ tradicional y la CGT de Moyano. Cabe pensar que de esa nueva configuración surgió el 54% que luego rompieron de un solo golpe, una vez ganada la elección.

No es un problema a priori que el peronismo sea frentista: su característica histórica muestra que así funciona. La discusión es sobre el protagonismo y el rol preponderante que ganan los sectores menos representativos, diluyendo las propuestas centrales y –finalmente- obturando cualquier principio de unidad.

Es necesario no sólo pensar un destino y un rol hacia el siglo veintiuno, sino también terminar con el peronismo vergonzante

Pareciera, además, ser contrario a cualquier estrategia electoral. Al finalizar las PASO, tanto Unidad Ciudadana como el massismo, el rejunte encabezado por Randazzo y hasta el propio oficialismo se desesperaban por conseguir "los votos del peronismo que nadie tiene".

Independientemente de los nombres, es necesario no sólo pensar un destino y un rol hacia el siglo veintiuno, sino también terminar con el peronismo vergonzante, idea de los últimos años donde se disimulan banderas históricas. Ese manto de culpabilidad no lo aviva sólo a Cambiemos, que magnifica cucos hasta el hartazgo, sino que también es una propuesta progresista de la oposición, que pareciera querer todo lo que tiene el movimiento, pero sin nada de lo que lo define y lo hace una identidad.

¿Es la marcha, la simbología? No particularmente, aunque despierte las ganas de ser parte de muchos que hoy están fuera de todo espacio. Es simplemente la puesta en valor de las ideas y la construcción representativa de una mayoría que puede sentirse y pensarse peronista, aunque no tenga claro quién lo lleva adelante, si es que hay alguien hoy capaz de hacerlo.

Difícilmente se pueda convocar, unir, mirar al futuro y otros lugares comunes siendo peronistas de baja intensidad o solapados. Es otro problema que no sufre Macri, que cuenta con convencidos y con muchos votos.