"El futuro no les pertenece". La frase salió de la boca de Miguel Ángel Pichetto en la madrugada del 9 de agosto, minutos antes de que la Cámara de Senadores rechazara el proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo, acaso el gran debate legislativo de la era Cambiemos. El líder del Bloque Justicialista había militado con énfasis la sanción de la ley, e incluso intentó tratar un proyecto "light" a último momento, pero su estrategia fracasó.

Fue el Pichetto "progre", cultor de las libertades individuales y comprensivo del clima de época. El senador, amo y señor del recinto de 72 bancas, sabe que la marea feminista tiene un solo sentido y, aunque la ola verde tenga una breve resaca (antes del insulto: el fenómeno se llama así), algún día el aborto será legal en Argentina. Y él no cargará con la responsabilidad de las muertes por abortos clandestinos que habrá antes de que eso ocurra.

Pichetto se ganó, con esa postura, el odio de los militantes de pañuelo celeste, un fenómeno político que, aunque pueda tener un auge por oposición a los verdes, está en retirada de la historia argentina. Y, aunque se ganó también el cariño del sector proaborto esa noche, seguramente no le alcance para que lo voten: no es su única cara.

Aunque lo niegue, el rionegrino padece de xenofobia. Esta mañana, al hablar sobre los incidentes, la represión y las detenciones que hubo anoche en las inmediaciones del Congreso, decidió poner el foco en dos venezolanos, un paraguayo y un turco que fueron aprehendidos por la Policía y liberados a las pocas horas. Dijo que espera que "estén listos" para abandonar el país por haber tirado piedras. Si es que lo hicieron, porque la Justicia aun no lo definió.

Pichetto puede aclarar, como hizo, que la expulsión de extranjeros que cometen delitos no singifica xenofobia. Es cierto. Xenofobia es haber puesto el foco en cuatro personas de otras nacionalidades sobre un total de 30 detenidos y decenas de personas que pudieron haber provocado destrozos. Ojo, seguramente el senador tenga amigos de Venezuela, Paraguay y Turquía.

No es la postura que tomó, por ejemplo, en el caso de Cristina Fernández de Kirchner, una ciudadana argentina acusada (si las acusaciones tienen pruebas o no es harina de otro costal) por varios delitos de corrupción. Aunque algunos procesos contra la expresidenta hayan estado fogoneados por el Gobierno y el rechazo de Pichetto al desafuero de Cristina tenga un criterio razonable, la vara elegida por el senador es distinta: debe haber condena firme, algo que no existe en el caso de los cuatro extranjeros para quienes pidió la deportación por presuntos delitos menores.

Pichetto quiere ser presidente y está explorando los límites ideológicos posibles para su campaña. No es Bolsonaro -como dijo una celebridad de Cambiemos devenida en troll- ni piensa como él. Pero está en modo Bolsonaro. Al menos hoy.