El debate por la legalización del aborto terminó y dejó mucho más que voces que quieren convencer a diputados de votar a favor o en contra del proyecto. Dejó una marea verde que late, irreverente, y que atraviesa generaciones. El aborto en el centro de la escena política y cultural sostenido durante dos meses plantó a las adolescentes, inamovibles, y despertó a las adultas y a las señoras.

El aborto no solo se le escurre de las manos al Estado, sino también a una sociedad que miraba para el costado. Silencioso y tejido en redes de compañerismo entre mujeres y varones trans, que recurren a una amiga de una amiga para conseguir pastillas de Misoprostol o para encontrar una clínica segura que realice abortos. Hoy estamos ante el hecho histórico de llamarlo por su nombre y de exigir que salga de la sombra de la ilegalidad

El aborto en el centro de la escena política y cultural sostenida durante dos meses plantó a las adolescentes, inamovibles, y despertó a las adultas y a las señoras.

Cuando en febrero Jorge Rial mostró el pañuelo verde en la televisión o cuando el primero de marzo Macri nombró al aborto en la apertura de las sesiones ordinarias, lo celebramos. No por el tribuneo ni por el oportunismo político, sino por la incomodidad de las figuras públicas, tanto de la cultura como de la política, al no tener más opción que, por fin, hablar del tema. Ahora que sí nos ven, ahora que sí lo ven.

Las muertes de mujeres en manos de la clandestinidad del aborto y la certeza de que los abortos ocurren aunque el Estado mire para el costado, son argumentos estratégicos -no por eso menos reales- para que se apruebe la ley. Pero las pibas saben que el aborto tiene que ser legal para decidir sobre sus cuerpos. Porque, a diferencia de las generaciones anteriores, entendieron que no son depósitos que sirven para reproducirse y que tienen que elegir cuándo ser madres, si así lo desean en algún momento.

Con igual responsabilidad, las adolescentes reclaman educación sexual integral efectiva y de calidad, y anticonceptivos; y a su vez, levantan el mentón para afirmar que cogen por deseo y que abren y cierran las piernas cuando ellas quieren. Que si el aborto existe no es vergüenza, sino ausencia de Estado. Y así se lo transmiten a sus profesoras, a sus mamás, a sus tías y a sus abuelas. Y hacen que ellas también levanten la mirada para hablar de su sexualidad y sus deseos.

El pañuelo verde de la Campaña por el derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito es el uniforme de muchas y el escudo de otras, más chicas, en los colegios católicos.

El pañuelo de la Campaña por el derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito es el uniforme de muchas y el escudo de otras, más chicas, en los colegios católicos. Las citas verdes frente al Congreso, todos los martes y jueves desde hace dos meses, fueron el epicentro de una revolución que mecha responsabilidad y deseo. 

El dictamen se tratará el 13 de junio y que la ley consiga la media sanción está en manos de los diputados. Pero la autonomía del propio cuerpo está en manos de las mujeres y los varones trans, que necesitan la ley, pero que también necesitaban estos martes y jueves verdes para tejer esta masa gigante de agite y lucir los pañuelos con orgullo, como identificación y resistencia. Para que las más chicas despierten a las más grandes y les enseñen a no sentir nunca más vergüenza por haber abortado o por abortar. A avivarlas de que levanten la mirada para hablar de su sexualidad y sus deseos con los demás. Y con ellas mismas.

Marea verde: ahora que sí nos ven, ahora que sí lo ven