Libertad económica implica (entre otras cosas) que 45 millones de agentes actúen de manera independiente y presumiblemente racional, tomando las decisiones que ellos creen mejores considerando el principio de escasez: la restricción presupuestaria a la que todos (individuos, empresas, Estados) estamos sometidos.

Son 45 millones de personas tomando decisiones a cada segundo sobre lo que les gusta, lo que consideran bueno, malo, lindo, o feo. Sobre lo que los identifica; o lo que no. Y a cada una de esas cosas, de manera democrática, le asignan un valor; lo que guarda estrecha relación con su precio de mercado.

Eligen lo que quieren ver en la tele, escuchar en la radio, leer. Y a aquello que no les gusta, no comparten, no los representa; no le queda más alternativa que adaptarse o morir. En cambio, se premia a todo lo que provoca las sensaciones opuestas. Así, pretendemos maximizar la satisfacción de cada agente individual y en el agregado, la función de utilidad de nuestra sociedad.

Es democracia, pluralidad y respeto por las elecciones del prójimo de la más perfecta que podamos imaginar. ¿Que si es infalible? Por supuesto que no. Y para que exhiba la mayor de sus bondades (atraer inversiones) se necesita de un track record que lleva años construir y segundos despedazar: confianza.

[recomendado postid=113164]

Leía en un manual de cómo hacer negocios con estadounidenses que allí los proyectos de inversión salen “como por un tubo”, porque la confianza se da por descontada. No vi ningún estudio al respecto acerca de Argentina, pero mi sensación es que aquí ocurre todo lo contrario: horas de discusiones, abogados, borradores, comentarios, y (finalmente) negocios que se caen.

No solo no abunda la confianza, sino que previo a encarar una inversión hay que meter en la balanza el riesgo del mercado en el que se estaría por operar: su respeto por la propiedad privada, la seguridad jurídica, si las reglas son claras y se sostienen, si la política fiscal genera un clima positivo de negocios. Repito: eso no se construye de la noche a la mañana; pero si se destruye de un segundo para el otro. Y después, recomponerlo lleva años. Lamento decirles que creo que Argentina no solamente está en un escenario nada atractivo para la inversión; sino que además, lejos de estar intentando recomponerlo, lo hace cada vez menos propicio.

Por eso, las probabilidades que 45 millones de personas tomen decisiones equivocadas son mucho menores que la probabilidad de error de un Estado centralizado en que unos pocos deciden por todos. Sí… me van a decir que el argentino no tiene plata en el bolsillo, y que ahí es donde entra el Estado. En mi humilde opinión, lo único que genera riqueza e ingresos genuinos es la iniciativa privada.

No es por nada que luego de tantos años de haber sostenido los distintos gobiernos este mismo rumbo tengamos más pobres, los peores salarios medios de la región, empresas extranjeras yéndose (y eligiendo no venir) y PyMEs locales cerrando.

Porque es una fiel muestra de cómo reacciona el político local, merece un párrafo aparte uno de los bienes que mejor pondera el argentino: el dólar. Esa predilección por el dólar que tenemos no es producto de nuestra tilinguería (aunque no descarto que la tengamos), sino resultado de la falta de confianza en nuestra moneda. Que es la falta de confianza en nuestro país. Que es exclusiva responsabilidad de nuestros políticos.

Y como sucede en Argentina con muchos otros mercados fuertemente intervenidos, ahí nacen el cepo, el impuesto PAÍS, y la mar en coche. Con esa inclinación del gobernante argentino de atacar las consecuencias en lugar de sus causas. Son décadas y décadas de diagnósticos equivocados, soberbias, y de seguir intentando nadar contra la corriente.

Entonces, cabe replantearnos si es la libertad económica (casi inexistente en Argentina) la culpable del atraso económico que padecemos desde hace décadas; o esa predilección exacerbada por un intervencionismo irracional.

El autor es Magister en Finanzas y Partner en Reditas Finance.