Una de nuestras más tenaces calamidades, además de la pizza con palmitos y las cenas show, es la letanía reaccionaria. Se trata de un truco discursivo disfrazado de verdad revelada que omite la comprobación y resiste al fracaso empírico. Como el misterio de la Santa Trinidad que es una y a la vez son tres, la letanía reaccionaria sobrevive al pensamiento lógico.

Entre esas letanías se destaca la que enuncia que quienes viven del Estado son las clases más bajas. Con habilidad, limita ese "vivir del Estado" a sus más modestos beneficiarios: quienes reciben una asignación familiar, un empleo municipal, un subsidio puntual o incluso un colchón luego de una inundación.

Limitar el "vivir del Estado” al gasto social oculta la parte del león que suelen obtener nuestros ricos de ese mismo Estado.

Limitar el "vivir del Estado” al gasto social oculta la parte del león que suelen obtener nuestros ricos de ese mismo Estado. Sus enormes beneficios no sólo no son vistos como clientelistas sino que ni siquiera se detectan como decisiones políticas. Así, mientras entregar colchones es clientelismo, nacionalizar los pasivos de un banco privado- es decir, regalarle millones de colchones- es "inyectar liquidez en el sistema".

Tampoco es clientelismo modificar el marco regulatorio para beneficiar a una empresa, sino que se trata de una "eficaz colaboración público-privado que aporta previsibilidad al sector".

Como dijo alguna vez el ex ministro de Economía Ricardo López Murphy el Breve, "no se trata de política, ni siquiera de economía: es aritmética". Tal vez ahí esté la clave: favorecer a los más ricos es aritmética mientras que beneficiar a los más pobres es clientelismo.