Los acontecimientos recientes en Brasil y Siria vuelven a poner el mundo en alerta: el predador se mueve. La tensión indisimulable entre Rusia y la OTAN parece escalar rápidamente, y China hace las veces de pacificador mientras afila el cuchillo. Aquí, en Argentina, la Ministra de Seguridad compra armas y metodologías de Estados Unidos y su aliado Israel, conformando “equipos de tareas” conjuntos, entrenando agentes en ejercicios contra amenazas que jamás hemos tenido a gran escala, como el terrorismo religioso y el narcotráfico a gran escala (dicen los expertos que somos una parada logística menor en una ruta de distribución). Esto no es Colombia ni México y allí donde más ha intervenido el gigante del norte, más ha florecido no sólo el negocio sino las muertes y la violencia asociadas a él. 

Ahora bien, ¿qué rol juega la Argentina en este tablero geopolítico global? Uno muy pequeño, pero de importancia estratégica, puesto que este gobierno le ha sido “encomendada” (!) la tarea de coordinar regionalmente —más bien como mouthpiece, no tanto en la estrategia—la asfixia diplomática y económica a Venezuela y luego a Bolivia. Es decir, liderar en el plano mediático e institucional la normalización ideológica, ergo económica y política, del Cono Sur.  

Una oposición competitiva a este proyecto requiere entonces una visión estratégica de largo alcance. A riesgo de repetirnos, se necesitan con suma urgencia nuevos líderes para un nuevo peronismo, capaces de comprender y operar en un escenario de complejidad inestable, mutante, líquida y geométrica.

Iniciativas como La Oleada, inaugurada el pasado sábado con un TT (trending topic) #1 en Twitter Argentina es un buen augurio, aunque se requiere ser más disruptivo para dejar de hablar a los propios e interpelar a los independientes, no para convencerlos de las bondades de la emancipación, sino mas bien para garantizarles, aún contra su convencimiento íntimo, una vida digna, que en el mundo de hoy es mucho.