Allá lejos y hace tiempo, cuando el dólar todavía cotizaba menos de $20- es decir, hace unos seis meses- el presidente y su jefe de Gabinete solían repetir que el endeudamiento creciente era consecuencia del grave déficit fiscal heredado. El coro estable de nuestros periodistas serios repetía esa extraña causalidad siguiendo el fenómeno del Nado Sincronizado Independiente (NSI) que permite que los periodistas independientes lleguen a las mismas conclusiones que los funcionarios del gobierno, pero de forma independiente, que es la cualidad que todos esperamos en ellos.

Ningún periodista serio ni tampoco ningún economista ídem se preguntó en aquella época lejana por qué el equipo de gobierno que señaló el déficit como el gran drama de nuestro país inició su gestión reduciendo los ingresos fiscales al eliminar impuestos y retenciones. Ningún analista serio tampoco explicó que la deuda no reduce el déficit, sino que apenas lo financia (en rigor de verdad, lo aumenta al generar una mayor erogación para el Estado por el pago de intereses), pero sobre todo nadie se preguntó por qué diablos debíamos endeudarnos en dólares para financiar un déficit en pesos.

La propensión de nuestros gobiernos serios a endeudarnos en una moneda que no imprimimos es casi patológica, sobre todo conociendo el final de cada nuevo ciclo de deuda, desde la última dictadura militar hasta el colapso de la Convertibilidad en diciembre del 2001. En ninguna de las crisis recurrentes que padecimos en los últimos 40 años, el problema fue el déficit fiscal o, dicho de otro modo, nunca volamos por el aire por exceso de gasto en pesos sino por falta de dólares. De hecho, la primera gran crisis del gobierno de Cambiemos no llegó por un reclamo popular, más allá de la respuesta furibunda de la calle a la reforma previsional, sino por un golpe de mercado que generó una devaluación inaudita. 

Agotado el chorro de deuda con los mercados, el mejor equipo de los últimos 50 kalpas tuvo que recurrir al FMI, el prestamista de última instancia. Hacia fin de año, según cálculos del Observatorio de la UMET, “la relación deuda pública/PBI alcanzaría un nivel alarmante, superior al 111 %”. Recordemos que a fines del 2015 esa relación era menor al 40%. El préstamo de 15.000 M de USD otorgado por el FMI, aquel que en tiempos lejanos nos iba a salvar de las “turbulencias” luego devenidas en “tormenta”, ya se evaporó en forma de fuga. Lo mismo ocurrirá con lo que logre conseguir el presidente en esta nueva ronda de limosna en EEUU. Como todos sabemos, gobernar es manguear.

Hace falta un obstinado candor para creer que el gobierno se equivoca al iniciar un nuevo ciclo de deuda con final cantado. En realidad, la deuda actúa a la vez como un narcótico y un veneno lento, por eso es más imperceptible que otras calamidades. Es un narcótico ya que permite financiar al Estado sin quitarle recursos a los más ricos, evitando enfrentarse con esa porción poderosa de la sociedad. Es un veneno de acción lenta ya que sus estragos los conocerán las generaciones futuras, que deberán pagar sus gastos corrientes además de los nuestros, vía esa deuda que les legamos. La deuda permite, además, financiar la fuga masiva de unos pocos pero que tienen una gran capacidad de ventriloquia a través de los medios: el privilegio de poder disponer de miles de millones de USD sin regulación alguna es vendido por nuestros periodistas serios como un derecho humano, un disparate que no existe en ningún país de esos que llaman serios. 

Para dicha minoría, la deuda también aporta la ventaja de justificar el ajuste eterno: debemos aceptar pagar menos jubilaciones o construir menos cloacas o escuelas para “honrar” los intereses de esa deuda soberana. Por último, la deuda actúa como el gran disciplinador de cualquier gobierno que pretenda salir de la estrecha vereda de la ortodoxia económica. Como ya ocurre con Cambiemos, la política económica no dependerá de los diagnósticos u objetivos del presidente electo sino de lo que decida el board del FMI a más de 8.000 km de la Casa Rosada. En realidad, la deuda no es la consecuencia del modelo: la deuda es el modelo