Que ganemos depende del agua y de las encuestas, me dijo el economista del rostro perfecto el viernes pasado al mediodía en la mesa redonda contra la tercera ventana que da a Perú, para mi la mejor mesa, de El Querandí.

Como el gilastro del rostro perfecto siempre llega un poco tarde, hice tiempo y me lavé la cabeza en el baño con jabón líquido, haciendo una contorsión incómoda para meter la cabeza abajo del agua. Había tenido que atender un tema muy temprano y no había tenido tiempo de ducharme. No pasa nada, si te agarran justo decís "una paloma” y pasas a secarte con muchas toallas de papel. El Querandí es un lugar digno, las toallas de papel absorben.

Macri va a ganar. El planeta un año se moja y al siguiente se seca. La lluvia ácida y roja todavía no gobierna el mundo, nos vamos a morir con catástrofes intermitentes pero no todo el tiempo todo mal. Este año nos llueve a favor y safamos, el año pasado nos llovió en contra y así fue. Es lindo para ubicarnos un toque en la palmera, somos un país cuya suerte titila en una pantalla del mercado de granos de Chicago.

Los economistas son una raza de yogures descremados desesperados por la atención del público. Este dice que podría haber jugado en la Selección pero mejor fue a la UCA. Aunque creció a la altura del Cruce de Alpargatas tiene particularmente poca lleca, así que el mozo taimado y morocho le encajó el menú jodido de comer para la mesa larga de brasileros en tour.

La economía va ir calentando de a poco y la gente va a estar un poco mejor, que no es mucho pero es preferible a seguir cayendo. Macri tiene treinta puntos a pesar de las macanas, dice el economista, y se come como puede el pechito de cerdo diciendo que Macri tiene el piso alto y Cristela el techo bajo.

Somos lo necesario, le digo a Juan Morris, que además de haber contado con detalle de niño que calca la vida del Cerati ese para mi gusto es el mejor DJ de Spotify. Usarle las playlists es garantía de quedar canchero en cualquier tertulia. Estamos sentados en los sillones verdes y altos del comedor Tudor del hotel Claridge. Hace 20 años que vengo y nunca pasa nada acá, la barra no tiene gracia, el café tarda y no hay gente, pero la gracia es esa, estar en un lugar con maderas con forma marcial y hermosa, cómo un útero escondido a treinta metros del espanto de Florida y Tucumán.

A Macri lo admiro pero está número cincuenta o sesenta en el top cien. Encabeza Joan Baez que un día bajó al Sur prendido fuego, está más arriba que el Cat el Conejo, un amigo de mi padre que fue treinta años el utilero del equipo mayor de Racing. Tampoco me cambia tanto Macri, lo que pienso es que el man encarna lo necesario, que es que el país vaya de reglas delirantes a normales, porque la vaca no da más leche, porque Rosario está tomada por el narco y cuando entren desfilando con trompetas por la principal de San Justo, La Matanza, ahí chau, CNN en Español mostrando cabecitas sin sus cuerpos en display al costado de la ruta.

Le digo a Morris que a Macri lo impulsa, invisible, por abajo, en la sumatoria de miles de decisiones racionales independientes entre si, la voluntad de un país de no suicidarse. El otro día en un asado uno me dijo que Macri es un pelotudo, le dije que en todo caso es mi pelotudo y di por terminada la discusión política en la mesa. El esnobeo de los buenos modales es una agresión pasiva macrista bastante cope de usar.

La receta agria que está de moda es operar sobre los problemas en vez de patearlos para adelante, darle sundunga al consumo, ganar y después vemos. Estamos en la era de la puta y dura y realidad, y el gobierno opera en este terreno bastante al tun tun  lo que a mi me parece bastante y por eso acá estoy, declarando un macrismo ridículo sobre el que en realidad nadie me pregunta.

El declaracionismo es un sacerdocio. Tengo mermelada de durazno en los bigotes y a las 10.48 de la mañana desayuné en Van Gogh, bar de esquina, una coca light, tostadas con queso untable y mermelada y dos Etiqueta Negra con hielo roto. Todo para escribir una columna, para decir donde está el país. Espero que no sean muchas calorías. Lo mejor es la conciencia de que estamos en el año político más relevante desde la transición democrática del 83.

Menem se sumó al espíritu del tiempo mundial. Eran años de comercio y Madonna. En el vacío, Kirchner construyó un imperio de reglas duras. La papa es Alfonsín, que llevó a la Sociedad hacia un orden nuevo, con un peligro real y ordenado enfrente.

Con menos mística que Alfonsín, Macri está llevando al país a contra corriente del populismo que fabrica pobres, exclusión y cago de miedo. Esa fuerza es subterránea, al revés que la primavera alfonsinista que tenía el oxigeno en el aire de los recitales de Pedro y Pablo a la noche en verano en mi pueblo a los que no me llevaban los pibes del edificio por ser solo un niño pendejo y pelotudo.

Gana Macri, muchachos, y otro día ganan otros. Tampoco es tan terrible, lo que viene es un tiempo de orden botonazo y necesario.