Los viajes de un papa a distintos destinos configuran escenarios siempre complejos: comprenden diversas lecturas, mensajes y posibles análisis. De todas las dimensiones que puede implicar el viaje de un papa elijo darle más relevancia a tres:

  • La dinámica del campo propiamente religioso.
  • Los movimientos y pujas dentro de la Iglesia católica en cada país.
  • Las disputas por la tracción de legitimidad religiosa en el campo político de cada lugar.

La dinámica del campo propiamente religioso en estos países es posiblemente la dimensión en la cual más confluyen Chile y Perú, debido a que en ambos países están presentes dos dinámicas comunes a todo el Cono Sur latinoamericano desde las transiciones hacia la democracia hasta la actualidad.

Esta dinámica está basada en dos fenómenos que están vinculados entre sí. Uno de estos fenómenos es la dinámica de ruptura del monopolio católico y pluralización del campo religioso.  Este fenómeno no implica necesariamente una menor proporción de católicos (aunque a menudo este declive se toma como indicador) sino más bien una reconfiguración del lugar del catolicismo y la institución que busca contenerlo, por un lado, y de los demás grupos religiosos y sus instituciones y liderazgos, por otro.

Esta reconfiguración consiste en que, por un lado, la Iglesia católica pierde su lugar central a la hora de distinguir entre las creencias consideradas legítimas y aquellas que no lo son; y, por otro lado, los demás actores religiosos reclaman para sí este poder de definir el campo de lo legítimamente creíble.

El segundo fenómeno que caracteriza la dinámica del campo religioso en estos países es la desinstitucionalización e individuación de las prácticas y las creencias religiosas. Esto significa que, a contramano de las lecturas más tradicionales sobre los procesos de secularización que postularon la desaparición de la religión, esta aparece aunque de manera “cuentapropista”: si bien la gran mayoría de las personas afirman pertenecer a una religión tanto en Perú como en Chile, su relación con aquello en lo que creen es individual y cada vez menos mediada por instituciones, comunidades y especialistas religiosos (sacerdotes, religiosas, diáconos, etc.). Ambas dinámicas, presentes también en Argentina y por lo tanto bien conocidas para el papa, representan un desafío para la Iglesia católica.

La estrategia de Francisco desde 2013 hasta ahora parece ser la recuperación de un discurso antiliberal, propio de un catolicismo integral que tuvo mucha fuerza en la Iglesia católica argentina desde principios del siglo XX, y la creación de dispositivos de inserción social de las prácticas y discursos católicos en el mundo de los pobres y desamparados. Este viaje, que implicó encuentros con indígenas mapuches y de la Amazonia, mujeres privadas de la libertad, y movimientos juveniles católicos, se encuadró en esta estrategia.

El análisis de los movimientos y pujas dentro de la institución eclesiástica, en cambio, arroja diferencias entre la situación chilena y la peruana. En Chile,  el rechazo social a una institución eclesiástica cercana a los sectores de poder de este país y preocupada casi exclusivamente por cuestiones de moral sexual y familiar, se ve reforzado por la crisis de los abusos de niños y niñas perpetrados por sacerdotes. Este rechazo es relativamente reciente si tenemos en cuenta los tiempos que caracterizan a una institución más que bimilenaria: la defensa de los Derechos Humanos por parte de la jerarquía eclesiástica chilena durante la dictadura pinochetista implicó que la Iglesia católica de ese país fuera una de las instituciones más confiables para los chilenos durante décadas.

Las memorias colectivas son el material del presente y el futuro utópico de los discursos políticos y religiosos. Esta afirmación es particularmente cierta en el catolicismo, donde los linajes de memoria, como los definió la socióloga francesa Danièle Hervieu-Léger, hacen a la identidad y los “tiempos fuertes” de los grupos católicos, como bien señala la socióloga Argentina Verónica Giménez Béliveau. El papa conoce profundamente estos procesos y probablemente por ello mencionó y citó una y otra vez durante sus discursos en Chile al cardenal Raúl Silva Enríquez, arzobispo de Santiago durante la dictadura y abogado, quien defendió a las víctimas de las violaciones de los Derechos Humanos y denunció los crímenes de lesa humanidad cometidos durante el pinochetismo. A la vez, ofreció un pedido de disculpas por los abusos, por cierto necesario para las víctimas y la sociedad chilena, pero a la vez insuficiente debido a la presencia del obispo Juan Barros en la ceremonia (a quien los chilenos acusan de cómplice de muchos abusos) y su defensa por parte de Francisco cuando fue interpelado por la prensa por esta cuestión.

En Perú, la mayoría de la Conferencia Episcopal (con algunas excepciones) tuvo una postura crítica al gobierno autoritario de Alberto Fujimori y centró sus críticas no solo en las violaciones a los Derechos Humanos cometidos por este gobierno sino también en la pauperización creciente de la vida de los más pobres, gran mayoría indígenas, de ese país. Por lo tanto, la visita de Francisco a Perú no implicó, a diferencia de su visita a Chile, un esfuerzo importante por reforzar los vínculos entre la institución eclesiástica y el resto de la sociedad civil, aunque su mensaje sobre el autoritarismo (“no caigamos en la trampa de una autoridad que se vuelva autoritarismo”) puede interpretarse como un desaire a los sectores ultraconservadores católicos chilenos fujimoristas de los cuales el cardenal Juan Luis Cipriani, perteneciente a la prelatura Opus Dei, es quizás la figura más visible.

Por último, en el ámbito de las disputas propiamente políticas de cada país también se pudieron observar algunas diferencias, aunque en el marco de un mapa común. En Chile, donde la presidenta socialista y atea Michelle Bachelet está pronta a terminar su mandato, la pelea por traccionar legitimidad del ámbito religioso y traducirla en legitimidad política no fue tan clara como en Perú.

El conflicto indígena, en cambio, fue un delicado foco sobre el cual el papa debió hacer equilibrio en un doble movimiento. Por un lado, reivindicando en la misa de Temuco el lugar de los mapuches en la historia chilena y argentina y demandando un espacio para que esta identidad se desarrolle en los modernos Estados Nacionales: frases en mapundung, citas a Violeta Parra, una gigantografía de Ceferino Namuncurá, y cantos y bailes mapuches en plena misa católica movilizando las memorias colectivas sobre un pasado mestizo y sincrético del catolicismo en la región fueron parte de este movimiento. Por otro lado, condenando “la violencia” en abstracto, sin especificar si se trataba de la violencia institucional o de la violencia indígena que los mandatarios chilenos a menudo utilizan como argumento para no reconocer los derechos de estas poblaciones, sobre todo en lo que tiene que ver con los  reclamos por la tierra.

En Perú, en cambio, el intento del actual presidente Pedro Pablo Kuczynski de capitalizar políticamente el viaje del papa se hizo evidente en un contexto de baja legitimidad del Gobierno por el indulto a Fujimori, que gran parte de los peruanos rechaza fuertemente, y por su imbricación en el caso Odebrecht. Probablemente Kuczynski no tuvo en cuenta que el papa Francisco es la máxima autoridad de una Iglesia que contiene y representa a una religión pública que, como bien señaló el sociólogo José Casanova en su ya famoso libro Public Religions in the Modern World, produjo durante el cesaropapismo un “giro intramundano” que la hace intervenir sobre el mundo de los humanos más que escapar de él.

Como máxima autoridad de esta Iglesia (y también por sus propias características personales) este papa no deja capitalizar su figura tan fácilmente. Probablemente por este motivo, Francisco se despachó ante los obispos peruanos con un mensaje muy cargado sobre la política peruana y latinoamericana. Dijo que la corrupción en ese país es endémica y habló de los casos de corrupción en América Latina, deslizó una crítica al indulto a Fujimori hablando sobre la tensión entre el ejercicio de la autoridad como autoritarismo o como servicio y, para cerrar, hizo un balance de la situación regional: "América latina estaba buscando un camino, la patria grande, y de golpe con los años está sufriendo bajo un capitalismo liberal deshumano". Siempre más cerca de las calles que de las sacristías y del “más acá” que del “más allá”, este papa es un producto y a la vez sintetiza casi 520 años de catolicismo en América Latina. El  viaje a Chile y Perú fue una muestra más de esto.