El viajero del tiempo mata una mosca. Dentro de aquellos 678.744 sobres blancos no hay papeletas de Cambiemos ni impugnaciones morales: hay boletas del Frente para la Victoria. Scioli presidente. Telón.

Estúpido y sensual contrafáctico, jueguito inútil. Pero hoy, con el diario (y la crisis) del lunes, no es difícil hacerle ojitos a esa historia alternativa. Daniel Osvaldo lo dio todo en campaña pero no alcanzó. Sobre la definición, cuando los nubarrones del ballotage estaban cerca, el oficialismo comenzó a asociar al adversario al desparpajo de la pizza con champagne: “Si gana Macri, vuelven los 90s”. Las políticas del mismísimo Menem, aquel que en 1997 llevó a Scioli al PJ por su espíritu ganador, aquel que le enseñó que cada beso que tire es un voto. “Carlos Menem fue quien confió en mí”, le dijo el ex motonauta a Fontevecchia, quizás rememorando cómo fue que consiguió su primer escaño en la Cámara de Diputados. De paradojas (y algo más) está hecha la realpolitik.

Es que, además de la incomodidad de querer diferenciarse del kirchnerismo y quedarse a la vez con sus votos, la herencia que arrastraba Daniel en 2015 no era de otro sino propia. Su gestión como gobernador de la cruel patria bonaerense abarcó dos mandatos —alcanzados con 48% y 55% en 2007 y 2011 respectivamente—, lo que representa un desgaste que para muchos puede signar la salida definitiva. Producto de la negligencia política, hechos trágicos como las inundaciones de abril de 2013 y agosto de 2015 parecieron dar por tierra el trabajo satisfactorio en otras áreas. Y ahí estuvo la oposición, que sacó provecho para vender esa cáscara vacía que es el cambio.

Daniel Osvaldo es un chico bien de Villa Crespo. Hizo parte de su educación en el Colegio Ward de Villa Sarmiento, en Ramos Mejía, y luego en el Carlos Pellegrini. Su padre, heredero de una cadena de venta de electrodomésticos llamada Casa Scioli, era muy bueno en el negocio familiar y, de tantos balances positivos, se asoció a Alejandro Romay y a Héctor Pérez Pícaro para adquirir Canal 9. No fue poco lo que el canal de la paloma hizo por la imagen de quien por ese entonces, los ochentas, era un deportista exitoso. El trágico accidente en el Río Paraná en 1989 no le impidió a Daniel seguir participando en carreras y ganar premios. Luchó y volvió.

En el año 2001 renovó su banca como diputado. Rodríguez Saa lo hizo parte de su gabinete y lo nombró Secretario de Deportes y Turismo de la Nación, cargo en el que permaneció cuando a la presidencia llegó Duhalde. Entonces llegó Kirchner, que le propuso el sueño de matar al padre (político) —lea en clave freudiana, por favor. Juntos dieron el pingüinazo del 22% en mayo de 2003.

En el año 2009 se sentó por algunos meses en el trono del PJ luego de la renuncia indeclinable de Néstor, derrotado por De Narváez. Al panorama fragmentado, Scioli le puso buena cara, y siguió al frente de la casa peronista hasta 2014. Por esas épocas volvió a agarrar los apuntes: rindió libre unos exámenes para terminar la carrera de Comercialización en la UADE. Se licenció en 2015.

De 2017 a 2020 volvió a la Cámara baja, esta vez en representación de la Provincia de Buenos Aires. Pero desde el 29 de junio, hace casi un año, Fernández le encomendó una tarea difícil: recomponer la relación con Brasil. Y ahí fue, vestido de Embajador, dispuesto a tomarse un cafezinho con Jair Bolsonaro. “A mí me gusta preparar las cosas; no improvisar. Al encuentro fui con la convicción de que debía realizar un trabajo diplomático no tradicional”, se jactó Daniel Osvaldo Scioli, que consiguió mucho más de lo que todos esperaban. Apertura comercial —¡dólares!— y un vecindario menos hostil. Por lo menos así fue hasta que el trovador Alberto se equivocó.