Roberto Lavagna lo dice en cada almuerzo al que lo convocan: la tarea del peronismo es volver a articular las demandas sociales que están dispersas en tres o cuatro realidades. La vida del 45% privilegiado que habita el mundo de la formalidad con la del 35% que permanece en negro y el 15% que cayó en los márgenes del desempleo y la subocupación. Un continente que el PJ supo conducir en la era terminada de la sociedad industrial y consiguió encolumnar, más acá en el tiempo, con el excepcional 54% de Cristina Kirchner.   

La odisea de representar a sectores decepcionados -que apostaron a Mauricio Macri en una y hasta dos oportunidades- divide en el espacio dominante de la oposición. Por un lado, los que promueven la unidad, por el otro los que se paran, como punto de partida, en la ruptura con el kirchnerismo. 

La foto de los cuatro peronistas que buscan ser alternativa, el jueves último en Buenos Aires, pudo haber tenido uno más sentado a la mesa. Juan Manzur, el gobernador de Tucumán, había sido propuesto por Sergio Massa y Miguel Ángel Pichetto para estar en el relanzamiento de la ancha avenida. Pero Juan Schiaretti y Juan Manuel Urtubey le cerraron la puerta con vehemencia, por motivos quizás distintos aunque convergentes.

El cordobés, que tiene servido el sendero hacia la reelección en su provincia, libra una disputa con Manzur que en principio es táctica: se trenzaron por la convocatoria a los mandatarios provinciales en el CFI y por el tono de la negociación con la Casa Rosada. El esposo de Isabel Macedo, en cambio, advierte una rivalidad directa: sin posibilidad de un nuevo mandato en Salta, ve con una mezcla de celos y preocupación que otro gobernador del norte pretenda ser candidato en 2019.

El peronismo de hoy es el reverso del que deambulaba hace apenas un año: así como antes nadie quería ir a perder con Macri, ahora todos dan indicios de que quieren ser.

En Casa Rosada, ya saben que el sucesor de José Alperovich tiene intenciones de competir, en el marco de la unidad más grande, que le garantice respaldo para un proyecto que partiría desde el piso de las encuestas y una provincia conflictiva. De fondo, se observa un cambio de tendencia: el peronismo de hoy es el reverso del que deambulaba hace apenas un año. Así como antes nadie quería ir a perder con Macri, ahora todos dan indicios de que quieren ser. 

El repentino coraje pejotista surge de sondeos como los de Analía del Franco y Hugo Haime, que muestran hoy al Presidente con un rechazo del 60% y un núcleo duro de adhesiones en torno al 20%: con un techo electoral del 28% en primera vuelta y una derrota eventual en el balotaje ante cualquier opositor. De consolidarse hacia 2019, se trata de una oportunidad inmejorable.

Si Héctor Daer y Carlos West Ocampo pudieran elegir, armarían una interna con cuatro candidatos: Felipe Solá, Agustín Rossi, Pichetto y Manzur o algún otro gobernador que no sea Urtubey, el mandatario que se deshace en señales de buena voluntad con el gobierno hasta mimetizarse con Macri. Lo mismo harían la mayor parte de los gremios que se enrolan dentro de una CGT que, a medida que la crisis se profundiza y el paro general se naturaliza, crece en protagonismo y en representatividad.

No es apenas una conversación entre cuatro paredes. Daer salió a cuestionar en tiempo récord la foto del grupo de los cuatro. Además, alienta el viaje a Tucumán de la cúpula cegetista y las 62 organizaciones enviagradas, el 17 de octubre próximo, en lo que puede ser un encuentro que, de mínima, reuna a la central con una parte importante de los gobernadores y, de máxima, se convierta en un acto masivo y una demostración de fuerzas. El sindicalismo colaboracionista se hartó de aportar a la gobernabilidad de un proyecto que avanza hacia lo desconocido, aferrado a Christine Lagarde. Veterano de mil batallas, cansado de ser oposición hasta con el peronismo en el gobierno, West Ocampo plantea lo imperioso de la unidad, después de fracasar en su apuesta a Massa y a Randazzo.

Si Héctor Daer y Carlos West Ocampo pudieran elegir, armarían una interna con cuatro candidatos: Felipe Solá, Agustín Rossi, Pichetto y Manzur o algún otro gobernador que no sea Urtubey.

Aunque no se diga, con matices y diferencias tácticas, la solución de todo el PJ no kirchnerista es la misma: que CFK no se presente y resigne su piso inigualable, a cambio de reglas para que uno de sus delegados compita en una gran PASO y para que ella y sus hijos disfruten de un tránsito en libertad, a la salida del túnel macrista.

Mientras la grieta interna de la oposición se prolonga, Manzur es un tapado que busca cotizar con una serie de atributos específicos: ex ministro de Cristina que no es kirchnerista, de buena relación con el sindicalismo y los intendentes, que exhibe una llegada preferencial a la comunidad judía en Nueva York, tiene entre sus asesores a Carlos Corach y se ganó incluso el apoyo de la Iglesia, con el rechazo a la despenalización del aborto. Con una intención de voto nula, sólo podría ser la resultante final de una campaña que ya empezó, con cada grupo por su lado. El mal menor al que todos se resignen.

Sea que quien sea, con unidad o sin ella, el desafío es descomunal. No sólo asumir la herencia envenenada de Cambiemos y reestructurar una deuda que, según Moody's, camina hacia el 90% del PBI en 2019. También sacar del pozo a los excluidos de la Argentina, que -según apunta Lavagna padre- demandaría crecer al 5,5% durante nada menos que 20 años. Una tarea formidable para el movimiento que, todavía, afirma ser el único capaz de gobernar la crisis.