El fútbol está por encima de todo. Nadie que entienda de este deporte hubiese dudado de que Marcelo Gallardo iba a dirigir a River en la semifinal de la Copa Sudamericana contra Boca, el partido más importante para el club en mucho tiempo, la gran revancha después de diez años de la gallinita de Tevez y el papelón Millonario. Dos días antes, la madre de Gallardo falleció a causa de un cáncer fulminante. Ni él puso en duda que debía enfocarse en el partido. Si se repitiera la ecuación, Cardona y Barrios serían titulares indiscutidos, y los hinchas los reclamarían a gritos.

Si la televisión argentina todavía no sabe cómo manejarse respecto de los temas de violencia de género, mucho menos el periodismo deportivo, precisamente el futbolero, un ambiente en el que el machismo es moneda corriente y la peor crítica para Gago es “ser una nena” y pintarlo de color rosa.

El último miércoles, en TyC Sports, el periodista Leandro Tato Aguilera le dio el micrófono a un nene, hincha de Boca, que no tendría más de diez años, para preguntarle qué opinaba “de la inconducta de los jugadores de Boca”.

El nene respondió que las chicas “querían plata”, mientras, obviamente, el padre -o el familiar- que lo acompañaba asentía. Inconducta es tomar un fernet o dormir poco antes de jugar un partido, esto es violencia de género. Inconducta, como periodista, es darle el micrófono a un nene.

Los escándalos y las complicaciones son siempre para los clubes. En 1999, cuando Mauricio Macri -presidente de Boca-, y los jugadores Cagna y Palermo chocaron en un auto y murió una mujer, los diarios de la época titularon sobre “el mal momento para Boca”. El mal momento no era el de la familia de la chica muerta.

El manual para derribar ídolos

“Le pegan a los guachos y a las mujeres, porque con las gallinas Boca no puede”, dice un tema que explota en el Monumental. Los hinchas de River se regodean con el cabaret bostero y todos los golpeadores que tienen ellos en sus filas, mientras los xeneizes revisan los archivos y les devuelven las denuncias que recibió Ariel Ortega, por abuso sexual, y las de Rodrigo Mora, por incumplir la cuota alimenticia para su hijo Máximo.

Los hinchas de Racing ensancharon el pecho con el cartel de Ni Una Menos por la traición de Ricky Centurión al irse a Boca, pero ahora que volvió, se lo imaginan tirando paredes con Lautaro Martínez en el Cilindro y ¿a dónde va a parar el cartel? A la basura, con los valores.

Si el valor social de los clubes es una de las mejores banderas que utilizan los dirigentes para ganar elecciones, ¿por qué lo social queda excluido cuando la vida privada de un jugador se impone ante lo futbolístico?

Para corregir los errores, primero hay que sincerarse y asumirlos. No hay muchas vueltas: todos queremos a los mejores de nuestra vereda. Pero hay que parar la pelota. En el rock, en el fútbol y en todos los ambientes endiosados de la cultura argentina, mientras el nombre del ídolo esté por encima de todo, nada cambiará.