El oficialismo no dio quórum en la Bicameral de control de deuda. “Para fuegos de artificio ya tuvimos la media sanción de ayer”, es su justificación. De este modo empieza a delinearse la estrategia asumida por el Poder Ejecutivo ante las iniciativas del Legislativo cuando se sale de su control. Con el Judicial bien sujetado bajo su ala de hierro y el “cuarto poder” anexado hace tiempo (es ya casi una subsecretaría de Jefatura de Gabinete, a esta altura), Cambiemos encuentra una estrategia de tres caminos posibles ante la ofensiva opositora en el Congreso.

El primero —en orden de preferencia y de simplicidad— es el veto: en este momento, tanto para el caso de la ley de congelamiento de tarifas como la toma de préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI), la opinión pública se encuentra muy resistente a esta opción: daría lugar al regreso de la narrativa que asimila a Macri con De la Rúa (encerrado en sí mismo, sin escuchar, tomando decisiones de manera autista, sin diálogo ni consenso ni institucionalidad) y, por extensión, la crisis de 2001, donde pesa también el significante FMI. 

El segundo camino sería el de intentar bloquear burocráticamente las iniciativas, impidiendo el quórum y buscando loopholes en los procedimientos, en los reglamentos y en la legislación. La rosca está descartada, puesto que viene fallando estrepitosamente el PRO en esta división: lo único que sabe hacer es comprar adhesiones y estas, como las Lebac, cotizan cada vez más alto y vencen más rápido. Quedan los gobernadores, a quienes por ahora tiene agarrados del brazo, y habrá que ver en ese forcejeo si gana la habilidad o la fuerza. Si falla en esto, el próximo paso es paralizar la iniciativa en la etapa de la implementación: se sabe, Dios tiene grandes planes pero el demonio está en los detalles. 

El tercer camino resulta en dejar hacer, dejar pasar y ponerse en lo alto de la cresta de la ola: es decir, pretender que se acompañó el “proceso democrático” y aparecer ante las cámaras con un discurso de corazón reblandecido, mostrando sensibilidad y conmoción ante el sufrimiento de la gente. Para que esto funcione, sin embargo, es necesario primero obtener el visto bueno de los grandes inversionistas y acreedores, convenciéndolos de que en un plazo temporal equis la opinión pública virará su atención a otra parte y el humor social se calmará, entonces podrán retomar y avanzar con su programa (tomar el préstamo, aumentar las tarifas, reforma laboral, etcétera). 

Estos tres caminos (que se toman en simultáneo y luego va quedando el más fuerte, según los resultados que arrojen las dinámicas de opinión) se observaron ya en la discusión sobre el aborto, donde el oficialismo además tomó la delantera al apropiarse del planteo y someterlo a debate. 

Y es que la agenda pública se trata principalmente de manejar la dimensión temporal, en esto se asemeja mucho a la economía: los actores más fuertes pueden soportar pérdidas circunstanciales para ver luego sus ganancias crecer exponencialmente, mientras que en ese mismo período los actores más débiles caen y pierden lo poco que tenían.

Entonces, lo que Dujovne fue a buscar a Estados Unidos no es dinero sino tiempo. Tiempo para que la próxima ola cubra la opinión pública (¿legalización de la marihuana? ¿eutanasia? ¿corrupción?, quién sabe), y luego la que sigue, y así. Hay un ciclo natural para cada tema en agenda, hay un ciclo para la agenda misma, y quien domine este timing estará manejando ya mucho poder. Si los halcones dan su visto bueno, el Gobierno podrá salir a dar la cara con expresión beatífica y, luego de desgastar a la oposición con innumerables triquiñuelas, asumir el rol de gobernante magnánimo. No pasarán más de seis meses hasta que vuelva a subir las tarifas, vuelva a esgrimir la urgente necesidad de tomar un préstamo, y así. 

¿Cómo se rompe este círculo vicioso? Eso aún no está claro, lo que está claro es que hay que dar todas las batallas posibles allí donde sea posible. Y mientras tanto, claro, armar una estrategia.