“La historia es completamente cierta ya que la imaginé de un extremo al otro.”

Boris Vian / La espuma de los días

A mediados del 2016, Nicolás Wiñazki publicó en Clarín una nota asombrosa, aún para los generosos estándares del gran diario argentino. Según el conocido periodista, “el cartero que durante años llevó correspondencia a la casa del barrio de Haedo en la que vivía la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, un día no aguantó más y le contó una historia que lo atormentaba. ´Tenés que saberlo. Durante meses hubo gente que me paraba acá cerca y me obligaba a mostrarles las cartas que llevaban tu nombre: te leyeron todo´”.

Ni la gobernadora ni el cartero arrepentido lo mencionan pero la nota afirma, según las inefables “fuentes oficiales”, que los involucrados serían “los más poderosos funcionarios del Estado K”.

Al parecer, los ministros y tal vez el propio vicepresidente de CFK esperaban al cartero en una esquina, ocultos detrás de un farol, con una pava de agua caliente para despegar los sobres y un tacho de engrudo para volverlos a pegar y así acceder a la información vital que en este siglo XXI transita por el correo, como los extractos bancarios, la revista de Cablevisión o la factura del gas. La trama, que recuerda al John Le Carré de “El sastre de Panamá”, peca de anacronismo pero consigue alertarnos sobre las asechanzas que padecía nuestra libertad durante la larga noche kirchnerista.

Unos años antes, Gabriel Levinas, otro notable periodista de investigación, publicó en La Nación una columna aún más asombrosa. En este caso la referencia literaria no la aportaban las novelas de espías sino la literatura fantástica de Aldous Huxley. Más experimentado que el joven Wiñazki, Levinas toma la precaución de inventar un narrador, el “paranoico” mencionado en el título de la nota, que le cuenta la historia que él sólo transcribe. Ya no se trata de abrir cartas ajenas sino de un sistema atroz para controlar a los “subvencionados con planes sociales o la Asignación Universal por Hijo”. El plan del gobierno kirchnerista era “mantenerlos vivos al menor costo, procurando que la falta de nutrientes siga causando estragos en sus mentes y sólo sobrevivan para las elecciones, en las que indudablemente votarán por el Gobierno.”

Por supuesto, ni la confesión del delito de violación de correspondencia por parte del cartero ni la más vaporosa denuncia sobre dominación de mentes a través de las asignaciones familiares dieron lugar a investigación alguna. Ningún fiscal actuó de oficio ni tampoco los periodistas lo exigieron.

Ocurre que el periodismo de investigación se ha transformado en una rama de la literatura fantástica. Nuestros periodistas serios son los afanosos guionistas de las principales empresas de comunicación y aportan los contenidos que serán utilizados una y otra vez para presionar al gobierno de turno.

La obstinada repetición logra atenuar las inevitables desprolijidades de esas historias escritas a las apuradas y a veces consigue incluso el milagro de hacerlas verosímiles. Podemos reírnos de ellas pero sería difícil negar que fueron parte de la avanzada que consiguió el fin de la ley de medios y la fusión de Cablevisión con Telecom, la mayor concentración de los mercados de información y comunicación en la historia de América Latina.

Creo que es hora de reivindicar al Cartero de Vidal y al ejército de zombies generado por la AUH, y rescatarlos del injusto olvido en el que han caído.