Aunque no se involucre en la suerte de los candidatos oficialistas, Mauricio Macri inicia hoy una campaña interminable, con casi nada para gastar y muy poco para ofrecer. Desde Neuquén hasta Córdoba, el presidente se desliga de los representantes de Cambiemos y aspira a sostener el equilibrio de fuerzas de 2015. Convivir con esa tercera vía moderada, que le permita gobernar con interlocutores amables como Omar Gutiérrez y Juan Schiaretti, es lo mejor que puede pasarle. Muy lejos parece haber quedado la ambición peñista de ganar en todos lados, con nombres nuevos y propios, que se amasó después del triunfo legislativo de 2017.

Con la amenaza maciza de Ramón Rioseco, el test en el territorio que atesora la roca madre de Vaca Muerta es una manera riesgosa de inaugurar un calendario electoral que muestra el sálvese quién pueda y la escasa capacidad de la Casa Rosada para moldear algo más que la fecha de los comicios en tierra de María Eugenia Vidal.

Enamorado de las energías renovables, cuando aterrizó en Balcarce 50 Macri no imaginaba que las reservas de hidrocarburos del yacimiento no convencional que se descubrió durante los años de Cristina Kirchner y Miguel Galuccio iban a representar el mayor activo que podía mostrar como marca de su gestión ante los inversores internacionales. Tampoco que iba a continuar la política de subsidios que inauguró Axel Kicillof ni que se iba a enfrentar con Techint forzado por el déficit cero. Mucho menos, que una derrota en Vaca Muerta podía atentar fuerte contra su proyecto en el doble campo de lo concreto y lo simbólico.

Aun en los peores momentos, el ingeniero sabe que tiene en el potente agronegocio una platea cautiva, a la que puede agradecer por el sacrificio de las retenciones y los dólares de una cosecha que espera le deje US$ 8000 millones más este año.

Si el expiquetero Rioseco no logra imponerse y su nombre no trasciende las fronteras asociado al de CFK, Macri desembarcará con mejor cara, a partir del martes próximo, en la muestra de Expoagro que organizan Clarín y La Nación en San Nicolás. Será la forma de hilvanar los ejemplos de la Argentina de la productividad y los commodities que le gusta invocar. Aun en los peores momentos, el ingeniero sabe que tiene en el potente agronegocio una platea cautiva, a la que puede agradecer por el sacrificio de las retenciones y los dólares de una cosecha que espera le deje US$ 8000 millones más este año.

Al presidente le encantaría vivir en un país en el que Vaca Muerta y Expoagro no fueran un oasis sino parte de un paisaje extendido. Pero le toca otra cosa. Un cementerio de fábricas que cierran, con pymes asfixiadas por las tasas asesinas de Guido Sandleris, suspensiones en las automotrices, pérdida de puestos de trabajo y una inflación que devora a los pesificados y archiva de entrada la meta para 2019. Todo eso condimentado con un riesgo país que delata la desconfianza generada por el gobierno de los CEOs.

Con un margen de maniobra infinitesimal, Macri, Marcos Peña y Nicolás Dujovne le piden al titular del Banco Central que “haga algo” para contener al dólar, el único objetivo que se plantea el núcleo duro del gobierno hasta octubre y que -vuelve a comprobarse- puede fallar.

Sin reservas para intervenir con poder de fuego, la tasa es el antídoto acotado para amortiguar la corrida y el mercado asoma con voluntad de definir el día a día, otra vez, como en 2018. En busca de nuevos permisos, Dujovne peregrinará en las próximas horas una vez más hacia Washington.

Aunque Dante Sica diga que no hay preocupación, el macrismo duro teme que se prolonguen el efecto pánico y el traslado fulminante a precios. Sin reservas para intervenir con poder de fuego, la tasa es el antídoto acotado para amortiguar la corrida y el mercado asoma con voluntad de definir el día a día como en 2018. En busca de nuevos permisos, Dujovne peregrinará en las próximas horas una vez más hacia Washington.

Buscado o no, Christine Lagarde se eleva así como la dueña de la economía de Cambiemos y la jefa de campaña incómoda de un oficialismo que la tiene como principal respaldo. Si la economía pesara a la hora de votar como pasa hoy en las encuestas, la directora del Fondo debería enfrentarse en un ring imaginario con Kicillof, el consejero esencial de Cristina Kirchner. En la calle y en los sondeos, al exministro le va mejor de lo que le fue en la gestión. Es visto como el dirigente político que mejor representa al cristinismo: convencido, joven y no salpicado por la corrupción, el gran latiguillo de campaña del macrismo y los medios aliados para golpear al pasado.

Solo Roberto Lavagna, candidato y economista, podría terciar, partiendo desde atrás, en esa confrontación entre Lagarde y Kicillof. Con mejores pergaminos, hace una vida Lavagna fue decisivo para que Néstor Kirchner entrara al balotaje que no fue y llegara a la presidencia. Estaba en funciones y no era un recuerdo difuso, como lo es ahora para una parte del electorado.

Buscado o no, Christine Lagarde se eleva así como la dueña de la economía de Cambiemos y la jefa de campaña incómoda de un oficialismo que la tiene como principal respaldo.

Se sabe: la intención de Macri y sus estrategas de campaña es que la economía no pese o, por lo menos, no juegue en contra en el año electoral. Pero el plan vuelve a fracasar y el país que sueña el presidente parece un barrio cerrado en la realidad inmensa de la crisis, que se profundiza con sus días de gobierno.