Enrique Cristofani tendrá una semana agitada. Lo mismo que su amigo Mauricio Macri, el chairman del Banco Santander Río estará atento a la visita de dos días que Mariano Rajoy inicia mañana en Buenos Aires. Interlocutor privilegiado del Presidente argentino, con una formación que incluyó doce años en España y a cargo de la entidad financiera más grande del país, Cristofani debutó en el JP Morgan en 1977 y acredita cuatro décadas en un sector que no sabe lo que es perder.

Nunca se va a olvidar que le tocó asumir la presidencia del Santander en 2002, cuando los ahorristas golpeaban las puertas de los bancos con una furia que presagiaba la inminencia del fin del mundo. En Madrid, todavía gobernaba Emilio Botín y su hija Ana no había tomado las riendas de la empresa familiar que en 2017 declaró ganancias por 6.619 millones de euros, 7% arriba de 2016.

Pese a que el presidente de la filial argentina está más a gusto con el país de Cambiemos, durante la era del populismo kirchnerista los bancos se cansaron de multiplicar dividendos y el año pasado -mientras la alianza gobernante se fortalecía en las urnas- tuvieron la rentabilidad más baja del último lustro. Eso no impidió que Ana Botín se mantuviera online con Cristofani y desembarcara en noviembre pasado en Casa Rosada para anunciarle a Macri que el Santander invertirá 550 millones de dólares extras hasta 2020 e inaugurará en poco tiempo un nuevo edificio corporativo en Barracas.  

Pese a que Cristofani está más a gusto con el país de Cambiemos, durante la era del populismo kirchnerista los bancos se cansaron de multiplicar dividendos.

Sin embargo, Cristofani no podrá dedicar la semana entera a escuchar el mensaje de Rajoy. También deberá prestarle atención a Sergio Palazzo, el aliado de Hugo Moyano que el viernes lideró un paro nacional que sorprendió por su elevada adhesión, incluso a los gerentes de la city. Mencionado como parte de la mesa de póker presidencial, el jefe del Santander le ganó en esta ronda paritaria la carrera por el alineamiento nada menos que a Gabriel Martino. Luchador enérgico del antikirchnerismo, el presidente del HSBC acaba de prestarle 1000 millones de dólares al gobierno nacional y no oculta que le gustaría -incluso- ser parte del gabinete de los CEOs. Pero tiene una diferencia con Cristofani: quiere cerrar cuanto antes la paritaria bancaria que causa malhumor en los clientes y pone en peligro las ganancias siderales de las entidades financieras. En eso discrepa con Macri, que ve en el radical Palazzo el huevo de la serpiente kirchnerista que regresa para complicarle el sueño.

Resulta sintomático. En la batalla cruenta por imponer el techo salarial del 15%, hasta los enamorados del cambio como Martino, quedan en minoría. Cristofani tiene pocos amigos en la banca privada nacional, pero conduce al titular de la Asociación de Bancos Argentinos Claudio Cesario y sigue la línea dura que dicta el Presidente desde Olivos con Mario Quintana y Federico Sturzenegger hermanados, por fin, en torno a una causa que creen noble: la de reducir el poder adquisitivo de los bancarios para tener a raya a una inflación, que engorda día a día por la vía de los precios y las tarifas.

Macri ve en el radical Palazzo el huevo de la serpiente kirchnerista que regresa para complicarle el sueño.

Si la mano dura de Mauricio y Cristofani se impone y la reunión prevista para el martes o miércoles fracasa o no se concreta, la conducción de La Bancaria llamará a un nuevo paro de 48 horas.

Ante la ausencia del radical Ernesto Sanz, mendocino y radical como Palazzo, el gobierno se quedó sin palomas y sólo tiene halcones para ofrecer. La salida de Carlos Melconián del Banco Nación no sólo erradicó una voz ortodoxa dentro del gabinete de Macri y Marcos Peña. También eliminó al último interlocutor que se mostraba dialoguista en la paritaria, como parte de la estrategia frustrada de quedarse con el ministerio de Economía. Año no electoral, 2018 avanza con la estrategia de confrontación por la vía de las causas judiciales y el retaceo de los fondos sindicales. Es la receta que primó hasta ahora con éxito en la discusión salarial con los gremios amigos pero muestra sus límites en casos como el de los bancos. Si los talibanes amarillos no logran su objetivo, habrá que pedirle a Jorgito Triaca que intente, a último momento, distinguir al gobierno de los bancos en una batalla en la que los más duros están en Balcarce 50. Tal vez en Madrid se lo agradezcan, después de todo.

Sin Ernesto Sanz, mendocino y radical como Palazzo, el gobierno se quedó sin palomas y sólo tiene halcones para ofrecer.