En las primeras horas del sábado 20 de octubre, Sebastián Piñera marcaba su destino. De madrugada, el presidente de Chile decretaba un toque de queda que regiría para toda la población. Afuera, Santiago ardía por las revueltas de un sector invisibilizado desde hace años. Siete meses después, el estado de emergencia no cesa en Chile -el toque de queda, tampoco- aunque, ahora, por otros temas: la pandemia avanza a pasos agigantados en el país trasandino, con más de 167.355 contagiados y 3.101 muertos.

La pregunta es, entonces, una sola: ¿qué pasa en Chile?

Del otro lado de los Andes, las últimas noticias repasan el minuto a minuto de una crisis sanitaria. Ante la escalada de casos durante mayo, el Gobierno decidió dar marcha atrás con la flexibilización de la cuarentena en la mayoría de las comunas de su capital, Santiago de Chile, para pasar a una cuartena estricta, con permisos para ir al supermercado.

En Valparaíso, segunda ciudad más populosa, el COVID-19 también asecha, al límite del cierre de los 14 funiculares que son el transporte ideal en esa extraña localidad ubicada en las laderas del océano Pacífico. Así, las crónicas locales hablan de una "ciudad desconectada".

A ese paquete de medidas lo siguió un cambio en la metodología para contabilizar los fallecidos. Con el nuevo método -con luz verde de Piñera- se pasó de contabilizar 100 muertes diarias a solo diecinueve en 24 horas. El esquema fue criticado por todo el arco político opositor y hasta algunos organismos nacionales. Sin embargo, el punto culmine llegó con el despido (¿o renuncia? ) del ministro de Salud, Jaime Mañalich, cuando se supo que las cifras eran distintas a las enviadas a la Organización Mundial de la Salud.

Los números, pese a la polémica de la metodología, son incontrastables. Tal como muestra el gráfico, la curva de infectados sigue en constante ascenso: de los dos mil contagios a fines de marzo -y con una curva que parecía aplanarse durante abril- se pasó la barrera de los 100.000 contagios en el último mes.

Sobre la cantidad de muertos, la cifra también sorprende. Es que al cierre de esta nota, los fallecidos son 3.101, tres veces más que en Argentina. Eso sí, con una población que no llega a la mitad de nuestro país.

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Tablero político

Piñera, por su parte, pareciera navegar en aguas empantanadas. Días después que el propio mandatario confesara que el servicio de salud "está al límite" de su capacidad, una de las encuestadoras más importantes en Chile aporta estadísticas a la aceptación del ex empresario. Piñera tiene, solo, un 27% de aprobación en su segundo mandato. Su imagen negativa, en cambio es del 64%.

El politólogo y Coordinador Académico del Departamento de Gobierno (UADE), Facundo Cruz, asegura que los cambios en el gabinete "buscan oxigenar la imagen del Gobierno frente a una estrategia sanitaria que no salió bien". "Como la mayoría de la región, sacando a Brasil, Chile entró en cuarentena a mediados de marzo. Pero después quisieron volver a la normalidad de manera, en especial, en la economía. Y esa movilidad hace que se traduzca en más muertos y contagios", expone el especialista en política chilena.

Sobre la aceptación del presidente, Cruz explica que, al revés de lo que se cree, la pandemia ayudó a mejorar la figura presidencial. "Hay que tener presente que Piñera estaba en 5 o 6 puntos de aprobación ciudadana a fines del 2019, y ha crecido. Pero la realidad es que no supera el 30%: es uno de los presidentes con menor porcentaje de aprobación pública", comenta el politólogo.

"Ese porcentaje da cuenta que sigue existiendo esa afinidad entre él y los sectores a los que representa en la coalición: la clase media-alta, los sectores de mayores ingresos, que tienen una marcada valoración de “eficiencia” como pilar de gestión. Este reconocimiento se da, sobre todo, a partir de cómo Piñera enfrentço e interpretó el 'octubre chileno', que lo ubicó claramente en la derecha del espectro ideológico", completó.

El "octubre chileno" dejó un saldo de 21 muertos y más de mil heridos.
El "octubre chileno" dejó un saldo de 21 muertos y más de mil heridos.

¿Y el referéndum?

El salto temporal no es caprichoso. Las revueltas de octubre (las mismas que Piñera había definido como "un enemigo invisible") dejó a una sociedad diezmada. No solo por las bajas -21 muertos y un millar de heridos- sino también por las demandas sociales que quedaron al descubierto. Accesibilidad a la salud y la educación terciaria, viviendas sociales y un transporte público subsidiado fueron las banderas que levantó un porcentaje importante de la población. Pero, sobre todo, el reclamo era unísono sobre un punto: modificar la Constitución.

La dirigencia supuso "escuchar" el reclamo y decidió que la población decida sobre dos preguntas en una consulta popular.  La primera, si quieren o no una nueva Constitución. La segunda, es qué tipo de órgano debería redactarla. La opción es una convención mixta constitucional, compuesta mitad por parlamentarios y mitad por ciudadanos electos para ese propósito, o una convención constitucional en la que todos sus integrantes serán electos para ese efecto.

"Es muy innovador el proyecto, porque deja lugar a la ciudadanía para que elija qué órgano debería cambiar la Constitución. En casi ninguna otro antecedente en el mundo se plebicita quién debería ser el órgano rector de la Carta Magna", agrega Cruz.

Una vez redactada la nueva Constitución, deberá ser aprobada por voto directo en otro referéndum.

Pero, lo que iba a ser respondido en abril por la ciudadania, la pandemia lo tapó, al patear el plebicito para octubre. Lo que no se sabe, todavía, es si en fecha elegida (el 25) se podrá ir a las urnas: por ahora, el estado de excepción se mantiene firme en Chile, al menos por un par de meses más. Y la consulta popular quedó en las segundas planas de los portales.

Una incómoda relación

Párrafo aparte para la relación de Argentina y Chile. Según el coordinador académico de la UADE, el rol de Alberto Fernández con Chile encierra una pequeña paradoja: por un lado debe mantener la relación protocolar con el presidente, mientras que por otro no se desentiende de su cercanía con parte de la oposición chilena, en especial, con el dirigente Marco Enríquez-Ominami.

El (consultor) político -hijo de Miguel Enríquez, asesinado por la dictadura de Augusto Pinochet- mantiene, desde hace varios años, una amistad con Fernández, en tiempos en el que por entonces jefe de Gabinete de Néstor Kirchner conservaba una relación de amistad con Carlos Ominami, padrastro de Marco, de quién también adquirió el apellido.

De esa triple relación no sólo surgió el Grupo de Puebla -nombrado así por otro integrante, Miguel Barbosa Huerta, gobernador de esa región mexicana- sino que el propio ME-O (por sus iniciales) fue observado, varias veces, en el búnker del Frente de Todos, en tiempos que Alberto Fernández transitaba la campaña electoral.

Fernández suele devolver la gentileza a su amigo chileno . Lo hizo semanas atrás, cuando por gestión del propio Enríquez-Ominami, el Presidente mantuvo un diálogo con un grupo de legisladores opositores al presidente de Chile. La bola creció luego de ese encuentro, con reproche diplomático y una charla entre mandatarios para “limar asperezas”.

"Esa cercanía con la oposición genera incomodidad en Piñera. No me animaría a decir que va a ser un problema entre los dos países, pero si que en ese doble juego de Alberto, en mantener un vínculo informal e ideológico con parte de la oposición y a la vez, sostener el trato diplomático, genera cierto resquemor de parte de la administración del presidente chileno", completó Cruz.