Más de tres millones de costarricenses acudirán nuevamente a las urnas el próximo 1° de abril para definir en el ballotage a su nuevo presidente. En la primera vuelta de este domingo, el primer lugar quedó reservado para Fabricio Alvarado, que alcanzó una cifra cercana al 25%, mientras que su competidor será el oficialista Carlos Alvarado, quien obtuvo un 21,7%. En el marco de una oferta electoral atomizada, la disputa presentó otros once candidatos a ocupar la residencia de Zapote.

Pese a compartir un mismo apellido, los Alvarado no son familiares. Homónimos, pero diametralmente opuestos en el plano ideológico, tendrán ocho semanas por delante para mantener sus votos y convencer a más del 43% de los electores que opotaron por otras alternativas. Deberán interpelar, también, a una gran cantidad de ciudadanos que no votaron: un 34% faltó a la cita democrática, el porcentaje más alto de las últimas seis décadas.

El esrutinio aportó, además, un dato inédito. En la segunda vuelta no participará ninguno de los dos partidos tradicionales de Costa Rica, el Partido Liberación Nacional (PLN), que quedó relegado al tercer lugar con el 18,6%, y el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), que cosechó apenar el 16% y de esta forma quedó relegado del podio.

La campaña estuvo centrada casi exclusivamente en la discusión que generó el fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que el 9 de enero ordenó a sus países miembros a que reconozcan el matrimonio entre personas del mismo sexo y que permitan el cambio de identidad sexual en los registros civiles. Con este telón de fondo, era previsible que los candidatos encuentren en la decisión de la Corte una oportunidad para oponerse enfáticamente e intentar penetrar en los sectores más intolerantes de un país con población mayoritariamente católica (y conservadora).

Fabricio Alvarado, periodista y predicador evangélico de 43 años que representa al conservador Restauración Nacional (RN) vio pasar el tren y subió rápidamente. Tan rápido que a fines de noviembre de 2017 las encuestas le otorgaban menos del 2% y, luego de expresar que no acatará la decisión de la Corte si es electo presidente, pasó a ser el favorito para el desafío final de abril.  Hoy es el “defensor de los valores cristianos” y detractor de la “dictadura de género”. De esta forma logró unificar detrás de su proyecto a los grupos evangélicos y católicos, históricamente enfrentados.

Su contrincante, Carlos Alvarado, representa al oficialista Partido Acción Ciudadana (PAC). Fue ministro de Desarrollo Humano e Inclusión Social y luego ministro de Trabajo, cargo al que renunció para ser candidato. Durante su campaña tuvo que soportar las consecuencias de las acusaciones de corrupción que pesan sobre el gobierno de Luis Guillermo Solís. Salió del paso posicionándose como uno de los pocos candidatos que desplegó una bandera progresista y se manifestó a favor de la resolución del órgano judicial internacional. En el rebalaje que dejó la ola de la decisión de la Corte supo convocar el voto útil de los sectores progresistas, atemorizados por el fenómeno del candidato conservador.

De esta forma, las elecciones se transformaron de hecho en un mecanismo para definir qué posición adoptará el país anfitrión de la Corte respecto a una decisión que, en palabras del Alvarado del siglo diecinueve, “pone en peligro los valores tradicionales de la familia”. Con la misma simpatía que muestra en sus discos de música cristiana, el candidato evangélico aseguró que “no hay nada más progresista que defender la vida y la familia”.

Así, un issue religioso pica en punta en una campaña presidencial por primera vez en la historia de un país modelo para todo el mundo, con indicadores de calidad democrática que envidian muchas potencias y que se plantea como un referente de la paz mundial, no sólo por ser la sede de la citada Corte y la Universidad para la Paz de la ONU, sino porque su constitución abolió el ejército (salvo frente a un caso de guerra) hace setenta años.

Frente a este escenario, ¿qué podemos esperar para el segundo turno? En principio, la única certeza es que ambos tendrán desafíos importantes. Carlos Alvarado afrontará la difícil misión de lograr acuerdos con los partidos tradicionales, aquellos con los que su propia formación se enfrentó históricamente y relegó a ser actores de reparto en la disputa por el premio mayor. Deberá abrir bien grandes las puertas del PAC para convocar a todos los sectores que quieran subirse al tren del “diálogo y la tolerancia”, esa muletilla presente en todas sus actividades de campaña.

En el caso de Fabricio, si bien puede contar con la fidelidad del electorado conservador, su nula experiencia en cargos ejecutivos y su verba intolerante conspiran contra la posibilidad de seducir a los independientes y, fundamentalmente, a los menores de 40 años, que según las primeras encuestas que se conocen por estas horas se volcarían masivamente hacia la figura de Carlos. Ello no debería ocultar que pudo superar desafíos muy importantes: penetró y logró la victoria en las tres provincias más pobres del país en las que, el lector habrá intuido, las iglesias evangélicas cumplen un sinnúmero de funciones propias del Estado.

Costa Rica se dirime entre una prueba de fuego para el oficialismo y la puesta en escena de una candidatura evangélica que muchos países de la región (en los que, por cierto, estos sectores están muy bien organizados políticamente) miran de reojo.