Se han dicho centenares de cosas respecto al apoyo del Gobierno con el accionar de Luis Oscar Chocobar. Que ahora se siente mejor la calle porque los policías liquidan asesinos potenciales, que ahora si salís a la calle la policía te dispara sin preguntar, que la bandera de Brasil dice “Orden y Progreso”, que en la época de Perón los policías remataban chorros a lo loco, que el paraíso kirchnerista trató de impulsar un cambio de cultura, pero por culpa de los votos no se pudo completar, que Bullrich mató a Maldonado y ahora al cuchillero, que lamentablemente el acuchillado no murió porque es yankee, que las taser que quiso traer Cat (que el progresismo no lo dejó) hubieran evitado la muerte del cuchillero, que ahora este apoyo es para reimpulsar estas pistolas y mucho más dentro de esa usina de gritos ciudadanos que son las redes sociales.

La realidad es que el apoyo del Gobierno nos sorprendió más a nosotros (la derecha, los neoliberales, los liberalotes, etc.) que al progresismo opositor (que cree que vive en una dictadura de la Mossad) e incluso el progresismo oficialista (que justifica cualquier cambio de vientos porque “cambiamos”). Podemos entender la mano a Chocobar como la conclusión de focus groups con resultados de “mátenlos a todos” del ciudadano medio (que ya no es kirchnerista) o algo un poco más sustancial y es que no se puede avalar el castigo al orden.

Podemos entender el apoyo del Gobierno a Chocobar como algo más sustancial: no se puede avalar el castigo al orden.

Pero "no se puede avalar el castigo al orden" no debe ser tomado como un llamado a matanzas masivas, sino como un pequeño punto de diferenciación en cómo viene la mano en las últimas décadas, que a grandes rasgos justifica cualquier delito penal (salvo los de corrupción) porque son culpa de la "opresión capitalista", que es lo que se enseña en la Facultad de Derecho de la UBA de la cual egresé.

Entonces, el análisis progresista no se explaya sobre una política de prevención y castigo del delito, sino en mostrar cada delito contra un ciudadano como un triunfo de su ideología contra la enemiga y entonces, claro, eso no puede parar (los delitos) porque sería frenar el combate, dar la razón, tener que consensuar una idea nacional de orden con “la derecha”. Y digo "idea nacional" porque el progresismo admira a esos países donde los policías bajan a tiros en un par de segundos a un tipo que acuchilla gente en la calle, por lo que la crítica se subsume solo a Argentina, pero no a nivel mundial.

El análisis progresista no se explaya sobre una política de prevención y castigo del delito, sino en mostrar cada delito contra un ciudadano como un triunfo de su ideología.

Hace unos días escuchaba a un amigo relatar su vida en Ramos Mejia cuando era chico: salía a hacer mandados para la abuela a los nueve años, andaba en bicicleta con amigos y se tiraban bombitas de agua durante el carnaval. Hoy, en Ramos Mejia -y en casi el resto del territorio nacional- eso no se ve más desde hace 20 años, exactamente la misma época en que comenzó a gobernar este palo en la cabeza al país que es el progresismo jurídico.