Da vergüenza el mini tamaño piojo de los odiadores del encargado, portero o the lord. Hace diez u once años llegué al edificio de Loreto 2557 asfixiado de calor y de angustia de separación con niño, con una heladera inclinada con riesgo de pérdida de gas en una Fiorino blanca que hacía fletes con poco espacio pero a buen precio.

El cretino que después sería mi amigo, Juan Le Portier, me dijo que no era horario de mudanzas, le dije la puta que te parió correte. Juan Le Portier vió que lo mejor era dejar que se mancille el reglamento, pero antes, en un movimiento a la altura de sus rodillas, dio unos saltos para llevarse el fierrito de bronce que mantiene la puerta abierta. Juan Le Portier huyó, pero antes hizo daño, pronosticándome una vida dificil.

Todos los porteros tienen habilidades ninjas, oscuras o invisibles, que le resuelven escuchar la reunión de consorcio. Esa no se la pierden. Unos usan el portero eléctrico con un trapo puesto en la parte de hablar, otros se ponen alpargatas y se quedan como linces negros en la escalera, lo que sea para escuchar. Yo te digo, el portero te está mirando cuando necesita mirar.

El gremio de los encargados alcanzó tal nivel ridículo de poder que organizó a la contraparte de los consorcios para negociar las paritarias con empleados de ellos mismos. El horror del peronismo o una obra maestra de la política. Casi seguro las dos cosas al mismo tiempo.

Pioneros en la reivindicación del derecho a ser llamados de una manera que se siente bien, los encargados de edificio hicieron un imperio en base a la enorme ventaja estratégica de ser un interés abroquelado que se defiende contra una pajarera de propietarios desunidos incapaz de ponerse de acuerdo que viven las reuniones de consorcio con odio. Los porteros, en cambio, están unidos porque esa es la ley primera y copian, además, toda clase de picardías que explica el libro poético fundador de la patria. El chisme, el lleva y trae, la capacidad de alimentar la discordia y de incendiarla en el momento justo son parte de las black arts del gremio, que te guste o no, pasan parecido entre las maestras de jardín de infantes o entre los oficinistas que el jueves juegan al Fútbol Cinco todos amigos, después se ríen en el chori con coca helada y el lunes vuelven temprano al laburo con el serrucho afilado invisible en la manita.

Con Juan Le Portier nos ladramos quince días, después le pedí perdon por la puteada y ayuda para ajustar unas puertas de la alacena que en realidad me daba lo mismo ajustar, después entramos en el baile de la propina y de las gracias, un día nos hicimos amigos, en año nuevo le regalo seis botellas de distintas marcas de vino dulce. Juancito me dijo que le gusta eso y que no quiere que lo rescate. A veces me presta plata pero le devuelvo con intereses usurarios, porque la relación con el portero necesita en un punto ser sórdida.

La vida diaria del portero es un ejercicio de acción política permanente. Tiene que aislar a los propietarios con ínfulas, juntar votos amigos entre los que van a bancar en la reunión de consorcio, ladrarles a los inquilinos perno, hacerse amigo de los inquilinos gauchos, comprarles la verdura a la viejitas propineras, pero no charlarles demasiado, ladrar en la media justa a los viejitos que necesitan para su vida una guerra.

Los encargados están siempre lustrando el bronce porque solo lo lustran cuando escuchan que alguien baja en el ascensor. Tienen la gimnasia de atravesar el tiempo en la puerta, que es tiempo que se hace de chicle.

En un momento mi vida estaba un poco caótica y decidí ir contándole a Juan Le Portier para ahorrarle el trabajo de tener que darse cuanta solo a que se debía la fila de amigos que venían a ver al inquilino convaleciente que era yo. Después le pregunté si había sido chusma y fisgón toda la vida o si era algo que venía con el ejercicio de la profesión. Me dijo que eso le vino con el laburo, lo dijo como si fuera algo que ya no se va a sacar.

La camioneta Eco Sport azul oscura con vidrios polarizados y llantas cromadas de Juan Le Portier tiene una calco del Gauchito Gil, santo patrono de los rebeldes esforzados, y una frase que dice que si te da envidia su progreso mires el esfuerzo. El esfuerzo es sostener el conflicto permanente con los terratenientes de sesenta metros cuadrados vista, hopefully, al pulmón del edificio. El resto es llevadero si te acostumbrás a madrugar muy temprano para hacer el ejercicio tántrico de depletar el agua del planeta abusando de la manguera para limpiar la vereda.

La semana pasada un tiburón me pagó unos mangos por un trabajo viejo. Me puse contento por la plata, pero sobre todo por la buena carne blanca con espinas del tiburcio que honró la deuda. Después sentí el superávit inusual crepitando en la caja de ahorros. Podía vivir con la dignidad de los poetas subsidiados hasta fin de mes o cancelar tres meses de expensas. Fui razonable y transferí a la administración. Al otro día, una Beatríz me dijo que no sabía si iba a poder consignar el pago porque había entrado dos días después de la cierre del pelpa del mes. Escribí un mail airado, después lo borré, no quise dejar registros de enemistad manifiesta por las dudas algún dia, Juan Le Portier, Juan, necesite un testigo caño para el juicio laboral, que es el broche de oro de todo profesional del Brasso y la franela que se precie de tal.